Animal superviviente
Este nivel se corresponde con la vida primitiva: la de los animales, la de los bebés. Sus prioridades consisten fundamentalmente en alimentarse, defenderse y resguardarse. Para el rango de los animales de sangre caliente, en el cual nos encontramos, este primer nivel inscribe en nuestra historia la necesidad de un clan, de una familia.
Si una persona hubiera superado ya el estado de bebé y se encontrase aún en este nivel de Conciencia, esta situación significaría que vive exclusivamente como un depredador en busca o en lucha con sus presas. Éste es el caso de los mayores delincuentes y criminales, personas cuya educación o medio en el que viven los obliga a retornar hasta un estado de supervivencia y de violencia permanente. También, una persona muy depresiva, totalmente dependiente e incapaz de comunicarse con los demás, podría retrotraerse a un nivel de Conciencia animal.
Infantil consumidor
Este nivel corresponde al niño por excelencia: el dependiente y consagrado a jugar para formarse y prepararse para la edad adulta. Consume sin producir nada, no trabaja sino que juega con el fin de estar preparado para crecer. Los sueños y la imaginación colindan con la realidad. El niño recibe sin preocuparse de dar. Su palabra fetiche podría ser "¡Dame!". A esta edad, uno tiene derecho a ser totalmente inútil para la sociedad y es vital ser aceptado por quienes están a cargo de nosotros (padres, profesores, etc.).
Todos estos ingredientes, en la edad adulta, definen a este tipo de consumidor que la sociedad industrial necesita para sobrevivir. Dependiente y materialista, se deja convencer de que este o este otro producto le es absolutamente indispensable. Se trata, con mucha frecuencia, de un irresponsable que se absorbe por completo en juegos de vídeo, se nutre de ilusiones y de productos sin valor real y que, asimismo, encarna al subalterno soñado por la jerarquía de cualquier empresa... En el plano afectivo, es incapaz de dejar pasar los intereses de otra persona por delante de los suyos propios.
Adolescente romántico
La adolescencia es una edad marcada por tres preocupaciones: el amor -en general idealizado y concebido como algo eterno-, la muerte -un contrario al que procuramos desafiar- y la inclusión en un nuevo grupo -sea una pandilla, un círculo de amigos, un club de fans-. Esto servirá de filtro entre la familia (el mundo cerrado del niño) y la sociedad humana en su sentido más amplio, hacia la cual se dirige el ser adulto. Este nivel de conciencia se caracteriza por un romanticismo extremo, una atracción por el peligro o una estética fuertemente mórbida (cráneos, moda gótica), además de por un fuerte deseo de identificarse con un clan (a través de la forma de vestir o los hábitos de vida). La reivindicación de libertad o de originalidad, fundamentada en la oposición al sistema educativo vigente, es igualmente sintomática de esta edad.
Una vez superada la adolescencia, el nivel de conciencia que le es propio nos impulsa hacia la tiranía de la moda y el culto a los valores juveniles, a la industria cinematográfica con su multitud de películas de amor o de acción, a todas las formas de idealismo o de fanatismo, a conductas autodestructivas y revolucionarias.
Adulto egoísta
Este primer paso en la edad adulta no es negativo en sí mismo: en un momento dado hay que pensar ante todo en la propia seguridad, en construir un hogar y un patrimonio que tentará a este adulto a mantenerse en este nivel por una cuestión de seguridad. El primer acto de la vida adulta consiste en procurarse un lugar en la sociedad, incluso a expensas de un competidor.
Quien quede plenamente satisfecho en este nivel de conciencia tendrá como única preocupación el ahorro, el garantizar su propia seguridad (o la de los suyos) sin tener que compartir nada con nadie. La generosidad gratuita no existe en este nivel de conciencia. Se trata, más bien, de sacar provecho sin dar nada a cambio y de comprar barato para revender lo más caro posible. Este nivel de conciencia es la base del comercio y de la economía. Su máxima muy bien podría ser: "Todo para mí, nada para los demás". La colectividad está jerarquizada y se convierte inevitablemente, en el campo de batalla de una fuerte competencia. Los valores clave son la estabilidad, la protección y la defensa de los intereses.
Estos cuatro primeros niveles son los más extendidos. [...] A partir del momento en el que la Conciencia entra en juego, comenzarán a explorarse los siguientes niveles:
Adulto altruista social
Este nivel de conciencia representa a toda persona adulta dotada de Conciencia social y que se preocupa por el bienestar colectivo. El Otro se convierte en el personaje central de nuestra vida. El adulto altruista y social tiene como finalidad aglutinar a la sociedad humana. Esta unión puede, en un primer momento, ser nacional o corporativista y desembocar en una sociedad más amplia. Los grandes principios de igualdad entre los pueblos, de pacifismo, de libertad de expresión, de abolición de la esclavitud se realizan en este nivel de Conciencia. Un héroe de la Resistencia que muere por sus ideales sin traicionar a sus camaradas, un hombre justo que protege a los perseguidos aun con riesgo de su vida, un trabajador social infatigable, etc., todos ellos son ejemplos de adultos altruistas y sociales. A este nivel, la generosidad deja de ser un lujo para convertirse en una necesidad, porque se llega a comprender que todo lo que uno da a los demás en realidad se lo está dando a uno mismo, y que todo aquello que retiene o rehúsa dar se convierte en privación para él.
Adulto planetario
En el siguiente nivel nos encontramos con un adulto dotado de una Conciencia planetaria: todo lo que vive sobre el planeta, y el propio planeta en sí, forma parte de él y cuida de ello como si de él mismo se tratara, viviendo en la más estrecha comprensión de su medio natural, cualquiera que este sea. Este nivel de conciencia es del que se sirven los grandes sabios de las religiones primigenias, los chamanes y hombres y mujeres medicina. Es asimismo el propio de la auténtica Conciencia ecológica, que no se alcanza salvo bajo la condición de que esa estrecha unión con todo cuanto vive sobre el planeta, incluyendo incluso a las piedras, sea vivida cotidianamente, más allá de una simple postura teórica o estética. No despilfarrar, compartir, encontrar soluciones perdurables y respetar a los seres vivos bajo todas sus formas son los imperativos de este nivel de conciencia. En numerosos monasterios zen, por ejemplo, los monjes viven de una manera en la que no desechan nada, afanándose en volver a aprovechar de una manera eficiente hasta los más mínimos residuos. En plan colectivo, todo esto nos remite al comercio justo (no sólo de quien lo organiza, sino también del consumidor) y a la forma de vida ecológica. La palabra maestra de este nivel de conciencia podría ser: Servicio.
Conciencia solar
Este nivel de conciencia se extiende hasta los límites del sistema solar. La persona, aquí, considera al sistema solar, y no a la Tierra, como su medio natural. Dicha persona supera el tiempo y el espacio terrestre y se propone actuar no solamente para su propia generación sino, de uno y otro lado, sobre las generaciones precedentes y siguientes. Este nivel está en paz con todos los acontecimientos que han marcado a la historia de la humanidad y con todas las energías pasadas, presentes y futuras que contribuyen a la aparición de la vida. Nos lleva a vivir en la frecuentación de los grandes arquetipos y la encarnación de los símbolos, que son entonces considerados (como en Carl G. Jung) como otros tantos aspectos de un mismo Todo, elementos de una sola unidad considerada un principio de vida semejante al sol, que ofrece luz y calor. Cualquiera que sea su espiritualidad o su religión, la persona que tenga este nivel de conciencia viven en estrecha relación con el principio creador, al que llama "Dios" o "fuerza vital".
Conciencia cósmica
Este nivel consiste en gobernar su existencia siendo absolutamente consciente de que existen, de manera cierta, otras formas de vida, otros planetas habitables y de que, incluso, la vida no es una prerrogativa exclusiva nuestra. Se vuelve capaz de abrazar la multiplicidad inconmensurable del universo y de considerar la existencia de vida más allá de los planetas, hasta en el vacío de la vida interestelar. Se rompe con todos los prejuicios y se puede concebir que la vida se aloje incluso en los agujeros negros. Este nivel de conciencia conoce la disolución de la individualidad en ese Todo del que hablan los grandes místicos.
Conciencia divina
Cuando la conciencia divina es vivida en la vida cotidiana, el principio de toda acción es el dios interior. Es difícil hablar de este nivel de conciencia porque entramos en lo indecible y en lo impensable. Es el diamante que reúne en sí mismo todas las caras posibles, la unidad absoluta de todo. Las fronteras son abolidas, nos transformamos en seres transpersonales y superamos los propios sentimientos, ideas, deseos y necesidades para crear a "Dios". La unidad impensable e inefable que se experimenta en el fondo de la conciencia está en todo. Este centro está construido no sólo por lo mental, sino a través de un conocimiento totalmente intuitivo, por un sentimiento de unidad, de amor y de compasión por los seres limitados.
Este nivel de conciencia se manifiesta cuando el miedo desaparece y el ser se ve invadido por una alegría de vivir permanente y absoluta. Hasta entonces había vivido sumido en el terror del mundo, pero al descubrir que el mundo y él son una sola y misma cosa, el terror es eliminado por la alegría, por un estado de plena felicidad.
Fuente: Alejandro Jodorowsky, Metagenealogía, pp. 160–165
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